martes, 15 de febrero de 2011

SALÓN MADRID

Acostumbraba, algunas veces, detenerme para ver el movimiento de la copa de los árboles, pensaba que había algo más aparte de las corrientes de aire que los hacía moverse, una voluntad secreta, una lógica natural ajena a la comprensión del hombre. Ahora sé que nada de eso existe.

El sábado pasado me arrastraba por despecho en el centro de la ciudad hasta que llegué a una cantina en Santo Domingo, en contraesquina de la iglesia, al final de los arcos donde amablemente ofrecen facturas o "lo que necesite" y, según dicen, todavía se puede conseguir sin dificultad título de ginecobstetra o lo que a uno se le ocurra.

Entré sin pensarlo y tomé una mesita libre al fondo, pedí una lager mientras se escuchaba "Perfume de gardenias" en la rockola; a mi ipod le acababa de meter unos discos de Gorgoroth y Cannibal Corpse, pero creí que sería bueno variar un poco así que lo guardé. El lugar estaba vacio, sólo un par de tipos que entraban y salían, son de ese barrio y trabajan en las imprentas, me miraban discretamente pero se dieron cuenta de que no quería problemas, ellos tampoco, se relajaron. Me trajeron mi cerveza y unos cacahuates, era temprano, el cantinero me preguntó si quería frijoles charros, por qué no, tráigalos. Trataba de relajarme y olvidar mis penas.

Unas cervezas después la cantina se fue llenando: algunas parejas jóvenes que sólo me producen rencor, la gente que frecuenta el bar, se reconoce fácilmente por la forma en que saluda al cantinero; por ultimo están los que llegan por casualidad, de paso, dentro de este tipo hay oficinistas deprimidos, chavillos fresas que terminan aquí, o en cualquier otra cantina tan diferente a bares y antros, porque creen que es nais, grupos de turistas y excursiones; en este grupo estoy incluido yo mismo, acepto que no pertenezco a la clientela habitual de la cantina, que mi cabello largo, la ropa negra y las cadenas resaltan, pero ya nada me importaba.

El lugar estaba repleto y en la barra nunca hay bancos, uno puede beber parado si gusta, por lo que un viejito se acercó a la mesa y me preguntó si podía sentarse. En realidad a mí el viejito me daba asco, lo reconocí como vagonero del metro, se sube canta "cien años", la de: pasastes a mi lado, con gran indiferencia…, y camina pesado pidiendo dinero, alguna vez le di un par de monedas; Ahora este tipo se encontraba frente a mí, con el mismo traje viejo, arrugado y sucio, su sonrisa mostrando pequeños dientes amarillos, con su bigotito y cabello engomado, a la antigüita, delgadísimo y chaparro, con la piel manchada pegada a los huesos. ¿Puedo?, Claro, siéntese, cómo no, ya qué, en ese momento ya nada me importaba.

Incluso, así de bebido como estaba, le conté mi historia: Bebo porque estoy enamorado, o lo estuve, no le sé, lo más seguro es que aún lo esté a pesar de que me rechazó y la forma en que lo hizo. La conocí en un parque, los dos corremos ahí en el mismo horario, como a las seis de la mañana, es que ella trabaja todo el día y yo prefiero esa hora porque siempre visto de negro y el sol es molesto a otras horas. Nos hicimos amigos y conversamos durante los estiramientos, dejamos las etiquetas a un lado, es que ella es medio fresa y creo que no es necesario señalar que la gente bonita y los metaleros no tenemos mucho en común, pero ella y yo sí, extrañamente.

Logre convencerla de que saliéramos juntos algunas veces, a pesar de todo nos íbamos relacionando bastante bien, hasta que ella lo derrumbó. No sé qué pasó, hace unas horas desayunábamos en un restaurante vegetariano cerca del Zócalo, caminábamos por Madero rumbo a Bellas Artes y la noté medio rara, comenzamos a platicar y me dijo que no podía relacionarse con alguien en ese momento, le pregunté el por qué y dijo que tenía un asunto que no había podido resolver. Extraño, ¿no? Bueno pues la presioné un poco para que me dijera cuál era su problema, me preocupaba que hubiera alguien más en su vida o que tuviera algún problema con su salud, nunca me esperé la respuesta que me dio: Perdón, me dijo agachada, mi problema es que sólo siento atracción sexual hacia los árboles'.

Me le quedé viendo, buscando sus mirada llorosa, y lo entendí. ¿No pudiste inventar algo más creíble? le grité y se fue llorando, yo deambulé hasta llegar a esta cantina. Esa es mi historia, por eso bebo. Salud.

El viejo tomó su vaso de vodka lime, lo paladeó, y puso su extraña sonrisa, Salud… tal vez pueda ayudarle, dijo mientras sacaba un pequeño ídolo que me pareció Santero, No, lo dudo, pero él siguió sonriendo mientras sacaba unas yerbas de su viejo maletín, sonriendo más aún, me avergüenza decirlo pero había algo en ese rostro que me aterró. Seguimos bebiendo hasta el anochecer.


 

En la mañana me hallé convertido en árbol en el parque donde la conocí. Sin embargo, a pesar de lo bizarro que era todo en ese momento, me dio gusto ver que ella se preparaba para correr, se acercó a mí mientras escuchaba alguna canción estúpida de Paulina Rubio en su ipod, apoyó sus manos en mí para arquear su espalda y estirar sus pantorrillas. Mi follaje se estremeció. Llevaba una licra rosada que resaltaba sus caderas prodigiosas y lo combinaba con su top gris sobre sus pechos privilegiados, se acercó más y más a mí y cuando ella cerró sus ojos, cuando sus senos frotaban mi corteza, le dije Te amo. Abrió los ojos completamente aterrada y se alejó corriendo.

Por lo menos hará su ejercicio, siempre se pone de mal humor cuando no se ejercita.


 

¿Qué está pasando? Que tal si ella no estaba mintiendo, que se hubiera sincerado conmigo y yo sólo me burlé de su problema. O tal vez en realidad me mintió y se aterró porque escuchó mi voz salir de un árbol, la culpa puede destruirlo todo.


 

El viejecillo de la cantina pasó caminando a lo lejos, sonriendo, con una flor recién cortada entre sus huesudas manos.


 

Esa noche ella regresó al parque, se veía hermosa. El viento soplaba entre mis hojas y producía un suspiro largo y melancólico. Su respiración estaba agitada, jadeaba, ella parecía muy determinada y yo no pude hacer nada para detenerla en su delirio. Trajo una cuerda. Los segundos pasaron como siglos. Sus lágrimas cayeron sobre lo que fueron mis pies, sus piernas colgaron en un hipnótico vaivén. Te amo le dije una vez más y la noche se fue arrastrando un pesado silencio como hojas sobre la tierra.

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