miércoles, 3 de marzo de 2010

un cuento

Este cuento salió publicado hace unos meses en Los Perros del Alba, no creo que sea bueno pero cómo son mis amigos me hicieron el paro en publicarme. Cuando salió estaba en el hospital, irónico. A algunos les gustó y a otros para nada, en mi defensa creo que se necesita ver el automóvil, y escucharse con el video además de que da pistas del plagiario que soy.

MAVERICK 76, O EL MOVIMIENTO INFINITO

Aún ahora puedo hacer un recuento mental de muchos elementos que conforman el actual momento. Incluso unos pocos segundos, un instante, contienen la eternidad. Llueve ligeramente, y la canción de David Bowie en mi estéreo lo sugiere, And the rain sets in... Conduzco mi Maverick 76 negro. Me gusta este auto, así como el Mustang o el Nova, se diseñó para dar la sensación de movimiento aunque estuviera estático. Como una fotografía de la velocidad, como si estuviera forzado a moverse por siempre.

Nos rodea el paisaje espectral de la carretera durante el momento más oscuro de la noche. Las pocas estrellas, sin embargo, otorgan una deleitosa visión celestial, titilar cual estrambótica composición de una gloriosa sinfonía. Es que acaso Dios, si existe, es el máximo compositor y nos convierte a nosotros en detalles de su interminable obra. Dios, quizá, es el mejor y más cruel poeta.

Tú sigues mirándome desde que comencé mi laborioso inventario mental, sin darte cuenta de nada, petrificada. Lo sé a pesar de no verte, debido a que ahora llenas el vacío de tu ausencia pasada. Ahora que, por fin, te he encontrado.

Un libro golpea el parabrisas: Teoría del infierno. No hay nadie atrás, lo puedo ver por el retrovisor, éste refleja mis ojos vidriosos y éstos reflejan al retrovisor nuevamente, y así, hasta el infinito, como un juego de humo y de espejos donde, en medio de abismos, pudiera yo confirmar mi existencia.

It's the angel-man… El velocímetro marca ciento treinta kilómetros por hora a pesar de estar frenando, definitivamente vamos una velocidad considerable.

En el piso del automóvil hay de todo, desde las botellas vacías de cerveza, colillas de cigarros y restos de comida, un clavel marchito, hasta viejos libros de poesía. Soy un maldito desastre.

I'm deranged… Podríamos haber llegado a este momento desde muchas perspectivas. A este segundo, ahora, cuando el tiempo pareciera congelarse, mientras me veo a mi mismo fuera de mí, como sí estuviera bajo el efecto de la más iluminadora de las drogas. Este segundo, ahora, que se vuelve una eternidad. Ahora, cuando quiero vivir más que nunca antes, contigo. Pero una vez más te he fallado…

- Vamos a chocar…



Estoy vivo. No hay mucho que describir, el cuarto es pequeño, techo, paredes y piso blanco, una mesita blanca con un clavel. No veo ventanas, sólo una puerta, blanca por supuesto. Estoy vivo, pero me siento terrible, agonizo. El dolor mi cuerpo es insoportable.

Un doctor entró el otro día, le pregunté qué pasó con mis manos. Me miró a los ojos, se puso serio, y finalmente me dijo, ¿Manos? Tú nunca tuviste. Vio la sorpresa en mi cara, y comenzó a reír, reía tan fuertemente que pensé que iba a morirse. Estoy jugando contigo, las perdiste por el fuego. Se puso muy serio, me miro a los ojos, y se fue sin decir nada más.

Pasó tiempo sin que nadie viniera, pero los claveles seguían apareciendo. Otro doctor, más joven, quiso platicar un poco. Dijo que yo había llegado sólo, que no había ninguna mujer. Que ni siquiera había estado en un accidente automovilístico. Estuviste en un incendio, me dijo, Y no eres quien dices ser, en realidad tú eres el famoso robaperros, Israel alias "el muñeco". Me puso en una silla de ruedas, me llevó por un pasillo para salir, pero al pasar por otra habitación, quién lo diría, me vi a mi mismo: Mi cuerpo, mi rostro, era yo. No sabemos nada de él, ha estado en coma por dos años. Aquél yo del otro lado estaba calmado, sereno, como dormido, mientras yo enloquecía, cubierto completamente con vendajes.

Después, me llevó al anfiteatro del hospital, seis doctores alrededor de un oriental llevaban a cabo una extraña cirugía. Cerca de ellos, una enfermera presenciaba la escena silenciosa. Era ella la mujer que estaba buscando, sólo que no recuerdo que fuera pelirroja. Cuando todo termina, la enfermera habla con los doctores, me señala y todos voltean a verme. Hablan sin que yo los pueda escuchar. Ella se acerca, qué lindos ojos, y me inyecta. Todo se desvanece.



La penumbra nos envuelve. Tu marmórea piel se frota con la mía, tu cabello rubio cubre tu delicado rostro, te sonrojas. Apoyas tu cabeza en mi pecho. Mis manos acarician tu presencia. Nuestro pulso se acelera. Tus labios finos se humedecen, sonríes. Mis manos buscan contener tu tibio cuerpo, mis brazos no quieren dejarte libre. Mis manos pasan por tus labios rojos intensos, siento tu cuerpo calentarse. Ríes, mis dedos acarician tu cabello rojo. Estas ardiendo. Susurras algo a mi oído: "Puedes buscarme toda la eternidad, pero nunca podrás tenerme". El calor quema mis dedos, abrazo una hoguera. Mis puños se llenan de fuego. Me quemo. Duele demasiado, me retuerzo en el piso gritando. Despierto, la penumbra me envuelve. El silencio me envuelve.



El viejo doctor regresó. Dice que he estado alucinando, que he tenido sueños y pesadillas debido al medicamento. Le pregunto por mi enfermera y el otro doctor, le hablo del supliciado y de mí mismo en coma atravesando el pasillo. Me mira muy serio, y dice: "Nadie ha entrado a tu cuarto desde ayer, la última vez que vine". Su rostro demuestra sorpresa, así que comienzo a reír, me río tanto que el doctor sale del cuarto incomodo, aterrado. Cuando se va me doy cuenta de que siempre hubo una ventana detrás de mí: Un poco de paisaje y el estacionamiento, pero algo más: No puede ser, quiero sacarme los ojos, la enfermera, ahora rubia, se sube al automóvil conmigo. Es un Maverick 76 negro y ella lleva un vestido blanco y tiene un clavel en la mano.






 
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